- mayo 20, 2024
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Hace ya varios años que el canadiense Dan Gardner decidió dar el salto del periodismo a escribir obras de alto impacto, en las que involucra la psicología y la toma de decisiones. Su texto más reciente es Cómo hacer grandes cosas: los sorprendentes factores que marcan el destino de cualquier proyecto, escogido por la revista The Economist como uno de los mejores libros de 2023.
El tema es importante en un país en donde las grandes iniciativas levantan polémica y han sido objeto de escándalo en múltiples ocasiones. La mayoría de los cuestionamientos suceden alrededor del sector público, aunque el experto se encarga de desmontar esa creencia pues el sector privado se equivoca en una proporción similar.
Invitado como conferencista por la Financiera de Desarrollo Nacional para el gran evento anual de la entidad, Gardner habló en exclusiva con EL TIEMPO. Estas son sus palabras:
Una de las frases coloquiales que se escucha en Colombia es que las obras importantes se demoran el doble de lo planeado y cuestan el triple de lo presupuestado. ¿Qué responde ante esa apreciación?
Si les sirve de consuelo, esa es una afirmación que encuentro en todos los países a los que viajo. En cada lugar la gente piensa que su caso es el peor de todos y no es verdad. Los datos muestran que la situación no cambia mucho con la geografía y que, en general, todos en el mundo hacemos las cosas mal cuando se trata de grandes proyectos.
¿Por qué?
Esa es la pregunta que Bent Flyvbjer, la persona con quien escribí mi último libro y quien es un prestigioso profesor en Dinamarca, lleva varias décadas haciéndose. Y la respuesta es que no se trata de tecnología o de la ubicación en el mapa, sino del factor humano. Hay ciertos elementos en la marcha de los grandes proyectos que nos alientan, casi que nos empujan, a planear de manera superficial con lo cual se arranca de manera prematura. A eso lo llamamos “piensa rápido, actúa lentamente”.
¿Qué quieren decir?
Que las personas nos enamoramos de ciertas ideas y fallamos en identificar los problemas que pueden surgir. Muchas veces pensamos con el deseo y damos el primer paso sin pensarlo tanto, lo cual aumenta la probabilidad de que el resultado sea costoso. Entonces, al no individualizar las dificultades ni resolverlas, estas siguen por ahí y eventualmente aparecen y se chocan unas con otras. Son como esos vehículos que se estrellan en una carretera llena de niebla.
Acto seguido, qué sucede
Que el proyecto que arrancó con todo el entusiasmo empieza a desacelerarse. Entonces, cuando se vuelan los presupuestos, todo se vuelve como una especie de marcha hacia el cadalso. Ese es el patrón usual que se ve una y otra vez en los emprendimientos fallidos.
¿Entonces la solución es “pensar lento y actuar rápido”?
Si la planificación se hace bien, el camino estará libre de obstáculos insalvables. Así ocurre con los proyectos que son exitosos. Lo que decimos no tiene nada de original. De hecho, hay una gran cantidad de refranes que señalan lo mismo, comenzando por lo que dicen los italianos: lento, lento se va lejos. Julio César, siendo emperador, afirmaba algo parecido. Por eso el verdadero acertijo es: ¿por qué no aprendemos la lección?
¿Cuál es su respuesta?
Hay dos factores principales. Tanto en los negocios como en el sector público usualmente se premia a los que hacen y muestran resultados rápidos. Como creemos que planear no es hacer, nos saltamos esa parte. Pero lo más importante es la mezcla de política y psicología, pues para ciertas personas eso de la planeación rápida y superficial es muy útil. Para lograr la aprobación de una iniciativa lo más importante es que su costo sea moderado, así sea poco realista. Lo clave es comenzar.
¿Así vengan los líos después?
No importa. Cualquier político –y no me refiero solamente a un funcionario o quien busca una posición pública– sabe que si se le mete una buena cantidad de dinero a un proyecto resulta muy difícil que alguien decida suspenderlo, por lo cual es mejor terminarlo. Lo anterior se mezcla con la forma en que actuamos los humanos. Somos optimistas por naturaleza y tendemos a minimizar los riesgos. Como tenemos ese sesgo a veces nos enceguecemos y no vemos lo obvio.
Existen varias percepciones respecto a los grandes proyectos. Una es que las obras que hace el sector público, como puede ser un puente, siempre cuestan más que las del sector privado, como la construcción de una fábrica. ¿Cierto o falso?
Mi coautor tiene la base de datos más grande del mundo. Puedo afirmar que eso es falso. Ambos lo hacen mal.
¿Y qué responde a quien le dice que los líos surgen porque la ingeniería es mala?
Tampoco es así. Fundamentalmente hablando, los problemas que identifican a los fracasos a la hora de hacer obras no son técnicos, sino de carácter humano. El lío está en la toma de decisiones.
Otra explicación usual es la corrupción…
No dudo de que es un problema muy serio, ni quiero minimizarlo, pero la raíz no está ahí. ¿Por qué lo sostengo? Podemos mirar los países menos corruptos del mundo y en esos lugares también existen proyectos que salieron muy mal.
¿Cuál es el consejo que ustedes dan?
Hay que aprender de los errores de los demás y entender los casos que llevaron al fracaso de iniciativas parecidas. Lo que proponemos es desarrollar esquemas para contrarrestar aquello que parece obvio, algo que debería comenzar con preguntas simples como ¿por qué de verdad estamos haciendo esto y cuál es su beneficio? Suena elemental, pero hemos documentado muchos casos en los cuales esa conversación nunca ocurrió.
Superada esa etapa, ¿qué sigue?
La mayoría de la gente piensa que la planeación es un ejercicio burocrático de reuniones, llenar papeles y adjuntar documentos. Nosotros, en cambio, hablamos de un proceso de aprendizaje experimental en el cual se presentan ideas y se examinan escenarios. En resumen, hay que hacer simulaciones e iteraciones, muchos escenarios. Eventualmente, así será posible llegar a un plan confiable que haya sido puesto a prueba.
¿Qué ejemplos se pueden seguir?
El del conocido arquitecto Frank Gehry, cuyos diseños han sido revolucionarios y que ha hecho edificios que nadie imaginó. Uno pensaría que un proyecto así tiene todos los elementos para fallar hasta que encuentra que este señor termina las obras dentro de los tiempos y el presupuesto estipulados. El motivo es que su planeación es tan sólida, que cuando comienza la ejecución todo funciona.
¿Cómo actuar cuando se hereda un proyecto que arrancó mal?
Contamos también un caso concreto, que le pasó a uno de nosotros, en el cual fue necesario devolverse unos cuantos pasos para trazar la senda correcta. Dicho lo anterior, siempre es más barato hacer las cosas bien desde el inicio, no caer en la trampa en el minuto inicial.
Hay gente que afirma que ante los riesgos es mejor cruzarse de brazos y no hacer nada…
Entiendo por qué se puede reaccionar de manera cínica ante esto. Pero la verdad es que hay muchas evidencias de que las grandes obras se pueden hacer bien y que estas han sido claves para el desarrollo de los países o de las civilizaciones. Si pensáramos así, seguiríamos viviendo en las cavernas. De otro lado, no tengo duda de que un país como Colombia necesita embarcarse en grandes proyectos para avanzar. Entonces, el dilema no es entre hacer o no hacer, sino entre hacerlo bien o hacerlo mal.
¿El desarrollo de la inteligencia artificial va a ayudar?
La inteligencia artificial es una herramienta poderosa y ahora tenemos más instrumentos que antes. Pero insisto que el reto no está en las máquinas o la tecnología, sino en los humanos.
Aceptando lo que dice, también vemos muchas más restricciones ahora cuando de grandes obras se trata…
Esa es una observación válida. Soy canadiense y tengo claro que hace un siglo se hicieron obras muy importantes en mi país, en las cuales no importó si los desechos se botaron a un río o contaminaron la atmósfera. Ahora nos preocupamos por el medioambiente, lo cual está muy bien, así tenga un impacto en los costos. Sin embargo, es falso que un esquema regulatorio más exigente como el de ahora esté relacionado con los proyectos que fracasan. Por cierto, no está de más recordar que algunos de los fracasos más estrepitosos de la historia en este campo tuvieron lugar hace un siglo o siglo y medio, antes de que la legislación pusiera límites. Eso demuestra que sabemos equivocarnos desde hace rato.